Para nadie es un secreto que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tenía muchos detractores. De hecho, el TLCAN ni siquiera se ha negociado. Ocurrió un principio de acuerdo entre México y los Estados Unidos, que a priori eran los países que más difícil tenían para entenderse. Ya en 2008, el entonces candidato presidencial Barack Obama respondió al escepticismo comercial generalizado en la base demócrata al prometer renegociar el TLCAN para incluir normas laborales y ambientales más estrictas, una idea pospuesta posteriormente para futuros acuerdos comerciales.
Lo que Obama comprendió es que el comercio era una excusa, de lo que se trataba el TLCAN era de política de integración. Y veía que esta integración no se producía, que llevaba daños para Estados Unidos y México. Así, el tema resurgió en la campaña presidencial de 2016, con el senador Bernie Sanders y Donald Trump criticando el pacto por la pérdida de empleos.
En mayo de 2017, el presidente Trump cumplió su promesa de campaña de renegociar el TLCAN, informando oficialmente al Congreso de que las conversaciones se reabrirían con Canadá y México. Los tres países iniciaron las negociaciones formales en agosto de 2017. La administración Trump sostuvo desde el principio que se enfocaría en reducir el déficit comercial entre Estados Unidos y México, ajustar los requisitos de las normas de origen, reformar el mecanismo de resolución de disputas entre inversores y estados, y actualizar el pacto para incluir servicios digitales y propiedad intelectual. Ante ello, México ha hecho una serie de cesiones en los aspectos claves de la economía -la industria automotriz o la energía- y cede en los mecanismos de solución de controversias. La opción de que los Estados Unidos se retirasen del TLCAN era demasiado para la dependencia económica mexicana. Así, estos son los principales puntos del pacto bilateral, que debería firmarse -con o sin Canadá- antes de que termine el año:
Aluminio y acero. Este es el mayor punto de la negociación. El más importante, queda pendiente todavía que Canadá acepte lo negociado, algo que no será fácil. Es, también, una vía para mantener la presión sobre el Gobierno canadiense -que se juega mucho más que México en este apartado- para que se sume al pacto. El litigio comercial abierto por EEUU tras la aplicación del arancel del 25% a las importaciones de acero y del 10% aluminio no se resuelve con la firma de este acuerdo. También permite mantener las espadas en alto con China y la Unión Europea mientras tratan de resolver sus diferencias. De momento, las cosas siguen como hasta ahora: EEUU mantiene sus aranceles y México sus medidas de represalia, también tarifarias.
Industria automotriz. El nuevo acuerdo llevará a un reequilibrio de los intercambios gracias, entre otras medidas, a que se establecen reglas específicas para el contenido original de los productores que cruzan la frontera sin arancel. En el caso de los vehículos a motor y sus componentes, se requiere que sea del 75%. Washington llegó a reclamar que se elevara al 85%, una cifra a todas luces inviable. Así, junto al cierre de la brecha salarial, se quiere incentivar la producción en EE UU. También requiere un mayor uso de acero, aluminio, cristal y plástico de origen nacional. Esto, en sí, es una mala noticia para México, pues por una parte, seguiremos pagando los aranceles al acero y, por otra, el superávit mexicano con EE UU será “mucho menor en los próximos años” y que la industria automotriz tendrá que “readaptarse” a este nuevo esquema, adverso para sus intereses.
Condiciones laborales. Para apoyar el empleo en EE UU, las nuevas reglas de origen establecen que entre el 40% y el 45% del contenido de los automóviles debe estar fabricado por empleados que ganan al menos 16 dólares por hora trabajada: eso limita casi en su totalidad a las empresas de autopartes presentes en México. También se asegura los derechos de los trabajadores migrantes, “una buena noticia”. Trump ha basado buena parte de su argumentario proteccionista en la defensa de los intereses de los trabajadores manufactureros estadounidenses. El objetivo era evitar que TLCAN permitiera a las compañías manufactureras pudieran des localizar la producción hacia México, aprovechando el bajo coste de la mano de obra. Si bien, en algunos casos, va a seguir siendo así, Trump puede decir que se ha salido con la suya, pues México se compromete a adoptar las medidas legislativas necesarias en el ámbito laboral, como una libertad de asociación real y apego a algunas convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Agricultura. El acuerdo, según la Oficina del Representante Comercial de EE UU, logra “importantes mejoras” en el apartado agrícola. El principal logro es que se preserva una zona libre de aranceles para los intercambios entre los dos países y se pactan una serie de mejoras para reducir potenciales distorsiones. Una de ellas pasa por no utilizar subsidios para las exportaciones o salvaguardias especiales que contempla la Organización Mundial de Comercio (OMC). Resulta controvertido que el acuerdo alude a las cuestiones de la biotecnología. México seguirá comprando buena parte de la producción estadounidense de alimentos como carne de cerdo o pollo, sorgo o maíz. Estados Unidos también seguirá siendo el principal consumidor de frutas y hortalizas producidas en México, principalmente tomate aguacate y limón.
Solución de controversias. Este capítulo encierra una de las principales concesiones de México: México sí ha aceptado eliminar el capítulo actual referido al mecanismo de solución de disputas de los inversores con los Gobiernos que Canadá quiere preservar. Será, con total seguridad, uno de los puntos más calientes en las negociaciones trilaterales que se desarrollarán en los próximos días: el capítulo 19, el que queda más abierto, ya fue uno de los mayores motivos de disputa entre Ottawa y Washington durante la negociación del TLC de 1994.
Propiedad intelectual. El capítulo dedicado a la propiedad intelectual era otra de las prioridades para EEUU, para proteger así la capacidad innovadora de su país e incentivar el crecimiento. En este sentido, se refuerzan las medidas para evitar que circulen por la zona productos falsificados o piratas, así como para combatir el tráfico de secretos comerciales.
Comercio digital. El nuevo acuerdo comercial incluirá un nuevo capítulo dedicado al comercio de productos digitales como libros electrónicos, música, videojuegos y programas informáticos. El propósito es prohibir la aplicación de aranceles u otras medidas discriminatorias al tiempo que se facilitan las transacciones digitales.
Servicios financieros. El objetivo es evitar que se impongan restricciones que limiten el negocio de las firmas financieras. Así, se adapta el capítulo de los servicios financieros para adaptar el tratado comercial a la mayor liberalización de esta industria que genera a EEUU un superávit de 41.000 millones de dólares con México.
Energía. Era uno de los puntos más sensibles en la negociación: se especulaba con que el presidente mexicano electo, Andrés Manuel López Obrador, pelearía por que no se blindase la reforma energética que tanto criticó durante la última campaña electoral. De momento no ha trascendido el detalle de lo acordado, pero sí parece que sigue abierto a la inversión extranjera en el sector, tanto en petróleo, como en gas y en electricidad. Esa señal sería importante para EEUU, pero deja la puerta a futuros conflictos entre los países.
Cláusula de terminación automática. Se trataba de obligar a renegociar el pacto cada cinco años bajo la amenaza de hacerlo trizas si las tres partes no alcanzaban antes un acuerdo. México y Canadá se opusieron frontalmente desde el primer día. Los negociadores de Estados Unidos afrontaron la revisión del tratado con 65 demandas, casi todas de máximos.
Como podemos darnos cuenta, estamos muy lejos de ver la luz al final del túnel.
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